San Agustín fue durante un
período de su vida maniqueo. El
maniqueísmo era una doctrina de salvación mitad religiosa, mitad filosófica.
Según ellos, el mundo está dividido en bien y mal, en luz y oscuridad, espíritu
y materia. La filosofía estoica le
influyó en su idea sobre el origen del mal. Pero sobre todo estuvo influido por
el neoplatonismo, en el que se
encontró con la idea de que toda existencia tiene una naturaleza divina. En la
problemática del mal, San Agustín opina como Plotino que el mal es la “ausencia
de Dios”. Pero rechaza la idea de Plotino de que todo es Uno. San Agustín dice
que hay un abismo infranqueable entre Dios y el mundo. El ser humano es un ser
espiritual. San Agustín “cristianizó” a Platón.
Señaló que el cristianismo es un
misterio divino al que solo nos podemos acercar a través de la fe. Para Dios no
existe ningún secreto sobre quién se salva y quién se pierde, ya que está
decidido de antemano. San Agustín cree en el destino, aunque no quita a los
hombres la responsabilidad de sus propias vidas. San Agustín dividió a la
humanidad en dos grupos. Uno de ellos se salvará, el otro se perderá. Se apoya
en la doctrina de la Biblia
sobre la salvación y la perdición.
En la Edad Media se decía que
“no existe ninguna salvación fuera de la Iglesia ”. “La Ciudad de Dios” de San Agustín se identificó, por
tanto, con la Iglesia
como organización. Hasta la
Reforma , en el siglo XVI, no se protestaría contra la idea de
que el hombre tuviera que pasar por la Iglesia para recibir la gracia de Dios.
En San Agustín vemos la visión
lineal de la Historia ,
tal como la encontramos en el Antiguo Testamento. San Agustín y otros Padres de
la Iglesia se
esforzaron al máximo por unificar la manera de pensar judía con la griega.
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